Page 101 - ALERGIAS BÁSICAS
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Los cromosomas están constituidos por largas hebras de ADN, organizadas de una manera
               especial.  El  ADN  tiene  una  estructura  de  doble  hélice  constituida  por  dos  cadenas
               entrelazadas, formadas a partir de nucleótidos. Cada nucleótido, a su vez, está formado por
               una  de  cuatro  bases  nitrogenadas  –adenina  (A),  guanina  (G),  citosina  (C)  o  timina  (T)–,
               desoxirribosa y un grupo fosfato. Los nucleótidos se conectan entre sí por las posiciones 3’ y
               5’ de las desoxirribosas a través del grupo fosfato (enlace fosfodiéster). Las dos hebras de
               ADN se disponen de modo antiparalelo, es decir, con polaridades opuestas (3’-5’ y 5’-3’) y se
               unen  por  puentes  de  hidrógeno  establecidos  entre  las  bases,  que  se  aparean  de  modo
               complementario:  A  con  T  y  C  con  G.  Esta  complementariedad  permite  que  durante  la
               replicación  del  ADN  una  de  las  hebras  actúe  como  molde  para  la  síntesis  de  la
               complementaria, proceso catalizado por la polimerasa del ADN. Las dos moléculas de ADN
               hijas son iguales y cada una consta de una hebra antigua y otra sintetizada de novo. Este
               modo de replicación se denomina semiconservativa. En este proceso intervienen diversas
               enzimas,  como  la  topoisomerasa,  la helicasa,  la ARN  primasa,  la  ADN  ligasa  y  las  ADN
               polimerasas.


               El producto de la mayoría de los genes es una proteína, es decir, el gen guarda la información
               necesaria  para  su  síntesis.  No  obstante,  el  ADN  guarda  también  la  información  para  la
               síntesis del ácido ribonucleico (ARN). Para la síntesis de las proteínas, el ADN debe de ser
               primero transcrito (no se cambia el lenguaje) a un ARN,  que después será traducido (se
               cambia el lenguaje) a una proteína. Este es el dogma central de la biología molecular (figura
               1).

               El  proceso  de  transcripción  del  ARN  se  inicia  cuando  la  ARN  polimerasa  reconoce  una
               secuencia específica del ADN, denominada sitio de inicio de la transcripción (TSS son sus
               siglas en inglés), produciéndose la desnaturalización local del ADN. A continuación se libera
               el factor sigma de la holoenzima y la ARN polimerasa comienza la síntesis del ARN mensajero
               (ARNm) en sentido 5’-3’, a partir de una única hebra de ADN. Durante este proceso se replica
               la hebra de ADN, produciéndose el apareamiento de bases complementarias, con la salvedad
               de que el lugar de la T es ocupado por el uracilo (U). Posteriormente se producen una serie
               de transformaciones en el ARN, entre ellas la adición de una secuencia de metilguanosina en
               el extremo 5’, una cola de poliadenina en el extremo 3’ y la escisión de las secuencias no
               codificantes (intrones) para formar el ARNm maduro. Este proceso es más complejo, y su
               iniciación  está  intensamente  regulada  por  factores  basales  de  transcripción,  factores
               activadores  y  factores  supresores,  que  regulan  estrechamente  el  proceso  de  inicio  de  la
               transcripción.  Además,  para  que  se  pueda  iniciar  la  transcripción,  el  sitio  debe  de  ser
               accesible a las recombinasas (ver más adelante). En la figura 2 se puede observar el proceso
               de transducción de un gen eucariota.

               Una vez sintetizado el ARNm maduro, se produce su salida del núcleo, para acoplarse entre
               las  dos  subunidades  de  los  ribosomas,  donde  se  produce  la  adición  de  los  distintos
               aminoácidos  (aa)  a  través  del  ARN  de  transferencia  (ARNt).  Esta  molécula  tiene  en  un
               extremo un anticodón que reconoce el codón correspondiente del ARNm, y en el otro una
               secuencia específica que reconoce un determinado aa, que se van uniendo mediante enlaces
               peptídicos. El lenguaje se basa en tripletes de bases o codones, cada uno de las cuales
               codifica  un  aminoácido  o  una  señal  de  terminación.  Dado  que  existen  20  aa  y  las
               combinaciones posibles de tripletes de cuatro bases son 43, es decir 64, los distintos aa (con
               excepciones) pueden ser codificados por más de un triplete de bases.



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