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omo explica la profesora de Historia de la Ciencia
                     de la Universidad Miguel Hernández (UMH) de
                     Elche Rosa Ballester, la limpieza del cuerpo está
                     muy presente en el mundo griego y en el helenismo
                     romano. Es precisamente a través de la limpieza en
                     termas y baños - instituciones tan emblemáticas de
                     la tradición cultural greco-romana- como se elimina
       Clo que denominaban las “superfluidades”, es decir,
        los humores corrompidos, la suciedad que desequilibra. “No hay una
        interpretación fisiopatológica precisa en lo tocante a la limpieza de las
        manos de forma específica, pero sí queda patente que la limpieza en
        general y, de las manos en particular, es de gran importancia en este
        periodo”, apunta la catedrática emérita y académica de número de la
        Real Academia de Medicina de la Comunidad Valenciana.

        Del mundo medieval, más concretamente de la Baja Edad Media, la
        profesora rescata la figura de Arnau de Vilanova (1240-1311), uno de
        los médicos europeos más importantes de la época y cuyas contribu-
        ciones resultan relevantes para entender los orígenes de la importan-
        cia de la higiene. Este doctor, que enseñó en la prestigiosa Escuela   Rosa Ballester Añón
        de Montpellier, fue médico de los reyes de Aragón, Pedro el Gran-
        de, Alfonso III y Jaime II. Arnau de Vilanova es el autor de una obra   profesora de Historia de la Ciencia UMH
        titulada Regimen sanitatis ad regem aragonum, una serie de consejos
        higiénicos destinados al monarca Jaime II. A juicio de Ballester, for-
        ma parte de “todo un género literario que está dedicado, en general, a
        las clases privilegiadas de la sociedad bajomedieval y en el que sobre
        la base de la teoría humoral galénico- tradicional, se menciona, de
        forma explícita, la importancia de lavarse las manos a menudo para
        conservar la salud”. Ballester subraya que estas recomendaciones
        estaban destinadas a una parte muy pequeña de la población y que
        formaban parte de un conjunto de reglas que, bajo el rótulo de “dieté-
        tica”, no solo hacían referencia a la alimentación, sino a todo aquello
        necesario para conservar la salud, entre estas actividades, la limpieza.

        Ya en el siglo XIX, precedido por una etapa intermedia en el que las
        viejas teorías galénicas empiezan a cambiar, en lo que se refiere al
        lavado de manos, “se observa cómo aparecen, basados en la observa-
        ción y en la práctica del médico y sin tener una base científica -pues-
        to que todavía no se cuenta con el conocimiento que proporcionó
        la teoría microbiológica, lo que se producirá a finales del XIX- obras
        como la del bostoniano Oliver Wendell Holmes, titulada La contagio-
        sidad de la fiebre puerperal (1843)”. En la publicación se pone el
        foco en la mortalidad de las mujeres que dan a luz y se observa que la
        limpieza de las manos, en general, y cuando se trata a las puérperas
        en particular va a ser un factor muy importante para disminuir las
        elevadas cifras de mortalidad en el puerperio.

        Pero en quien se personaliza el cambio cualitativo en cuanto a la
        adopción de la eficacia de la práctica sistemática de la limpieza de
        manos en el entorno obstétrico es Ignaz Semmelweis (1818-1865).
        Como apunta Ballester, Semmelweis fue un médico húngaro que tra-
        bajó en el Hospital General de Viena (Austria). Este gran observador
        percibió que en las dos salas (denominadas divisiones una y dos) de
        maternidad que había en el hospital, a pesar de que la mortalidad de
        las mujeres que daban a luz era altísima en ambos casos, en una de
        las divisiones era más alta que en la otra. El médico se preguntó a
        qué se podía deber esa diferencia y empezó a elaborar una serie de
        hipótesis que fue descartando al no observar diferencias entre las dos   Arnau de Vilanova (1240-1311),
        divisiones. Hasta que se dio cuenta de que precisamente la diferencia
        estribaba en las personas que atendían a esas mujeres; en la división
        uno, donde había más muertes, eran los médicos y futuros médicos,   uno de los médicos europeos más
        mientras que en la dos, atendían a las parturientas las comadronas.   destacados de la época, hizo

        Siguiendo con el hilo de la observación, Semmelweis percibió que los
        estudiantes médicos que trabajaban en esta sala, previamente tenían   contribuciones muy relevantes
        las prácticas de disección y que, a continuación, tal y como estaba pro-
        gramado en sus actividades formativas, pasaban a explorar a las muje-  para entender la importancia
        res. De esta manera, elaboró una estadística elemental, “todo un signo
        de avance científico”, recalca la catedrática. Así fue como el doctor es-  de la higiene
        tableció unos porcentajes de fallecimientos en uno y otro caso. La idea


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